TODO LO QUE SÉ SOBRE PEPE CARVALHO (Capítulo VIII)
Abandonados a las puertas de las peores galaxias
VIII
Malik pasó los primeros meses en Barcelona vendiendo chocolate de palo a los turistas. Un emplaste prensado de gena, leche condensada y cera, por la rambla y alrededores, para pagar a los que le pasaron desde Castillejos hasta Algeciras. Era peligroso deambular por ahí ofreciendo la mercancía, podían devolverlo a Marruecos. Un policía de paisano le pilló distraído en una esquina de la calle Lancaster. Le enganchó del pescuezo y le puso contra la pared echándole en la cara un aliento al ajillo. Llevaba un abrigo raído, zapatos gastados, un periódico en el bolsillo y era viejo. Menos él todos en el Raval le conocían. Méndez.
El inspector Méndez ya era un experto en madamas, ladillas, gonorreas, sodomías, abortos clandestinos, sadomasoquismo, exhibicionistas, grifa y cocaína, cuando en Barcelona hablaban latín. Conocía mejor el barrio chino que sus apellidos. A Malik le pegó un bofetón profesional, le quitó el material, lo tiró a una alcantarilla y le explicó cómo a la siguiente se encargaría personalmente de que le dieran por el culo todos los presos de la modelo, especialmente los sifilíticos. Se marchó por la calle del Arco del Teatro en dirección a la Rambla. No le detuvo. Malik le creyó con la mano marcada en la cara. Si Méndez te cala es mejor cambiar de oficio. No había vuelto a verle hasta hoy. Le tocó el hombro por la espalda cuando salía del restaurante. Se dirigió a él por su nombre. No recordaba habérselo dicho.
—Hombre, Malik. ¿Cuánto tiempo llevas ya en Barcelona?
—Cuatro años.
—Te portas bien, captas las cosas a la primera. Lo de la hostelería te conviene, se entera uno de muchas cosas detrás de la barra. Luego se las puedes contar a tus amigos. La amistad abre muchas puertas. ¿Por qué buscas a Plegamans? ¿Qué chorrada es esa de las encuestas?.
Méndez. Sólo oír su nombre vaciaba, y sigue vaciando, calles enteras en las que el agua va más rápida que la luz. La bomba Méndez no será comisario, ni pasará de la escala básica. Nunca le cayó bien a sus jefes, ni a los de antes, ni a los de ahora. Vigila los urinarios desde época romana para salvaguardar la ley, el orden y el decoro. Lo suyo es pisar las calles de una Barcelona desparecida. La del Campo de la Bota, por ejemplo, con un pasado de ejecuciones y un presente de primavera sound y feria de Abril. Malik no cree que Tonia tuviera inconveniente en que le contara la verdad. Eso hizo. Biscuter, Josep Plegamans, tenía ficha policial y había pasado la mayor parte de su vida en territorio Méndez.
Las ciudades mutan con transformaciones urbanísticas y sociales al ritmo de sus lógicas históricas. La ciudad global es igual en todas partes. La misma comida, pienso compuesto de pienso compuesto, el mismo paisaje arquitectónico, igual manera de ocultar pasados sombríos. Son intercambiables las varias policías, las catedrales del dinero, las coartadas culturales enmascaradoras, los museos de todos los saqueos posibles, las ocultaciones de los asilos Durán, las prisiones modelo, los barrios sin agua corriente ni autobuses, sin luz ni recogida de basuras.
A Méndez, lector e investigador, vestigio de otro siglo, desechado y no reciclable, le quieren jubilar. Por viejo, por testigo del pasado. Aguanta aferrándose a los métodos comprobados, las habas contadas, un pistolón de la guerra de Filipinas, libros, un sueldo raquítico, sardinas radioactivas y una inminente birria de pensión. Méndez leía a Montalbán y Montalbán a Méndez: “Las centrales de policía ni se crean ni se destruyen, simplemente repintan sus fachadas”.
Joaquim Rigalt i Mataplana, Quimet, el amigo financiero de Charo y de Pujol, estuvo interesado en utilizar a Carvalho para construir una central de información al servicio de la catalanidad militante más vaticanista y bancaria. Así lo cuenta Montalbán en “El hombre de mi vida”. Si algo salía mal el charnego agradecido pagaría el pato. Moré llama a Enric Juliana, periodista de La Vanguardia al que en su momento dejó ver algún sumario bajo secreto. Se lo presentó en un entierro su vecino, el malasombra del Amores, encargado por descarte de las esquelas. Al Amores le colocó en el periódico por misericordia un amigo común, Paco, Francisco González Ledesma, antiguo redactor jefe, premio planeta en 1984 con “Crónica sentimental en rojo”, una historia del inspector Méndez. Moré pregunta sin disimular y sin preliminares después del saludo.
—¿Quién es la mano derecha de Pujol?
—A la vista y reconocido Maciá Alavedra, sin descartar a Prenafeta. Alavedra es abogado, hijo del secretario de Maciá. De niño estuvo en el exilio francés. Fundó, con otros, Esquerra democrática de Catalunya primero y Convergencia después. Le adjudican la paternidad del estatuto de autonomía. Lleva más de veinte años al lado de Pujol. Miembro del Frente nacional de Cataluña desde los cincuenta y de Omnium cultural. Diputado en Madrid y en el parlament, consejero de gobernación, de industria y energía, de economía y finanzas, presidente de autopistas de Cataluña y metido en empresas privadas. Ya no está en política que se sepa. Dicen que fue el cerebro del pacto del Majestic que hizo presidente del gobierno al Aznar. Negoció el despliegue de los mossos y las competencias de seguridad. Todo esto lo hemos publicado muchas veces y está en wikipedia. Ya eres mayor Vicent, podrías leer algún periódico de vez en cuando, aunque no sea el mío. ¿Qué tal está Dolors?
—Bien, mejora muy deprisa. ¿Sabes algo de Joaquim Rigalt i Mataplana?
—El notario. Dicen que es un tipo extraordinario, sobre todo los banqueros privados suizos. En los monasterios le llaman el Net, Don limpio. Estuvo implicado en un caso de financiación ilegal de partidos pero no pudieron probar nada. Pasa mucho tiempo en Andorra y tiene un único tema de conversación, Cataluña. Es íntimo de Pujol desde que hacían excursiones en pantalones cortos. Le convenció para que se tratara el tic en los ojos con Adelina Fernández, una vidente de Carballino. Le trató con un huevo y una vela. Acabaron en su consulta la mujer de Pujol y media Convergencia.
Es todo lo que necesita saber. Moré lee los titulares de los diarios deportivos en los bares, no le interesa el horóscopo. Quiere comprobar hasta dónde llega la carta blanca y la influencia de Carmen Balcells. Pone por delante a la agencia, sugiere interés en representar autores catalanes en catalán, con escritos sobre Cataluña, e invita por escrito a Rigalt i Mataplana a una comida en el Palace, antiguo Ritz, el hotel favorito de los anarquistas de Barcelona. A Carmen le va a encantar la cuenta. Encarga a la secretaria de la agencia que localice la dirección, envíe la carta con remite de la empresa y que le pase a él la respuesta.
Si Biscuter está en Francia, en París, trabajando en algún restaurante como le han contado a Malik, Tonia sabe quién podría encontrarlo. Si es cuestión de recorrer París, Duluc puede hacerlo. Si se trata de buscar cocina mestiza con acentos catalanes, preparada por un expresidiario de Barcelona, o de llamar por teléfono a todos los restaurantes del centro y la banlieue, Tonia no ve ninguna razón, con un pequeño incentivo, para que Duluc se niegue.
Duluc visitó el bistró familiar de La Camarga cuando era un zangolotino y trabajaba por las tardes en el Midi Libre, un diario de Montpellier. Había terminado un reportaje en Saintes Marie de la Mer sobre la procesión anual de Sara la Kali. Perdido, buscando la carretera de Nimes, le llamó la atención el nombre de una herejía gastronómica al leerlo escrito en la pizarra exterior. El plato estrella de Le Passage, una creación de Nana que se consideró una ofensa, mezclaba uno de los platos sagrados de la región con una palabra extranjera desconocida. Avgotaracho avec brandade de morue, câpres et miel de bruyère. En castellano manchego, con algunas variaciones: huevas de salmonete secas y saladas, atascaburras, alcaparras y miel de brezo. La reseña de Duluc nunca llegó a publicarse. A partir de entonces los martes, jueves y sábados iba a comer a Le Passage. Los viernes a cenar, cantar y emborracharse con Aldo. Era el mejor cliente de la casa. Se convirtió en parte de la tripulación de una barca a la deriva, uno de les copains d’abord. Los vítores a la cocinera hacían falta, estaba al borde de la depresión. Nana veía como el colchón de ahorros desaparecía, el negocio no arrancaba, la niña necesitaba cosas y por allí no pasaban ni media docena de coches al día. Las botellas de vino con Aldo también contribuyeron a mantener la moral en el hundimiento. Duluc siempre estaba de buen humor y lo hacía contagioso. Su filosofía era muy sencilla y para la familia oportuna, a las penas puñalás. En el idioma de Descartes suena más filosófico. Duluc trabajó después en el Instituto del Mundo Árabe de París. Tonia cree que, si están allí, su padre puede encontrar a Duluc y Duluc puede encontrar a Biscuter.
Aldo Calógero, el padre de Tonia, lleva treinta años sin hablar con el suyo, Gaetano, lector del L’Osservatore Romano, charcutero y acérrimo de Berlusconi. Su vida consiste en gastos, ingresos, salchichas, corderos, terneras, pollos y discos de Beniamino Gigli. Aldo no quiso continuar el negocio familiar y le costó la excomunión. Gaetano no le convenció de que la carnicería familiar era el futuro más deseable del mundo. Aldo se había negado además a ser seminarista en San Miniato. Gaetano lo echó de casa con gritos, arias y juramentos cuando se entero de que había votado a los comunistas.
Aldo se convirtió en vagabundo. Recorrió las ciudades europeas tocando la guitarra y cantando éxitos italianos en la calle. Se hartó de Bella Ciao, Azurro, Pregherò, Volare y Tu vuò fa l’americano. Un policía de Hamburgo le quitó la guitarra y le obligó a hacer flexiones desnudo en comisaría para comprobar que no escondía costo en el culo, Alemania había perdido un partido con Italia. Esa noche, en una cervecería del puerto llena de “marinos dispuestos a la muerte por Jean Harlow”, se encontró con Nana, la griega que le puso los pies en el suelo y le pasó la sesera por la sartén, vuelta y vuelta. Buscaron una habitación en Berlín. La ciudad no pertenecía a la república federal y la gobernaba un estatuto especial. Se llenó de los jóvenes de toda Alemania que no querían hacer el servicio militar. Las potencias ocupantes estaban encantadas de poner un escaparate en las narices de los vopos. Al enterarse Gaetano de que era abuelo de una niña recién nacida llamada Tonia, escribió a su hijo una carta llena de perdones anunciando la intención de poner a su nombre la “Gran Carnicería Gaetano”. Aldo se compró otra guitarra. Eléctrica. No, no estaba dispuesto a volver a la casa del padre con armas y bagajes.
La que si vuelve a la casa del padre y de la madre todas las tardes, a eso de las siete, es Tonia. Paco Camarasa conoce sus horarios. Hoy la está esperando agitando con un libro en la mano, a la puerta de la librería. Tiene ojeras, está cansado, ha pasado la noche entera leyendo el material. Se le ilumina la cara al verla, grita su nombre. Tonia escucha a Amy Winehouse por los auriculares a la vez que niega con la cabeza, no, no, no. Parece que se desliza con patines y los edificios, coches y peatones la acompañan en la atmósfera azul. Acaba la canción a diez metros de la librería, saluda y desconecta el cacharro. El librero está emocionado. Pone el libro en sus manos como si estuviera prohibido. Mira precavido a los lados de la calle. La Barceloneta contemporánea se transforma en la Viena del tercer hombre. Habla bajo y grave.
—Tienes que leer esto, acaba de llegar. Es lo último de Andreu Martín. Si no te gusta me tatúo en la frente un haiku porno. “El Blues del Detective Inmortal”. Salen Carvalho, Charo y Biscuter, aunque les cambia el nombre. Te lo regalo.
—Me encanta que me regalen. Gracias, comisario librero.
Tonia le planta dos besos. Paco zapatea en el suelo seco como si fuera Gene Kelly en el diluvio universal.
—Es un homenaje a Carvalho y a Montalbán. Andreu viene a veces, un día te lo presento. Era muy amigo de Manolo. Si quieres que te mire mal y te mate en el primer capítulo de su próximo libro, solo tienes que decir como si acabaras de inventar el pimentón, que la realidad supera a la ficción.
—Me lo apunto.
La invitación de Moré a Rigalt i Mataplana es un tiro al aire. El Amores le ha contado en el ascensor que en la masía de esa familia, los empleados hablan inglés, francés y tagalo. Hectáreas de viñedos, ermita románica, pérgola noucentista, acceso privado a la playa, bodega climatizada, porche de madera del último árbol, del último bosque. La caseta del perro es de Bofill. En 48 horas llega la respuesta. El señor Rigalt i Mataplana se encuentra en el extranjero. No tiene inconveniente en enviar a alguien con plenas facultades para decidir por él.
El Palace hace chaflán entre Roger de Llúria y la Gran Vía de las Cortes Catalanas. La vista de Barcelona desde el restaurante de la azotea, rodeado de gente rica o empeñada en parecerlo, irrita a Moré, nieto de camareros. Pide un cóctel de largo nombre en inglés, balanceándose en la silla. A la hora en punto llega el representante de Rigalt i Mataplana, un conocido abogado. Exhibe saber estar, amabilidad y bronceado. Viene de jugar al tenis y malgasta un rato de conversación con el recogepelotas. Al invitado, de primero, le apetece vichisoysse. Para beber, agua mineral. A Moré no le importaría probar la sopa de trufa con pan de pistachos y aire de mandarina. El mejor blanco francés disponible le vale.
—Acabo de hablar con Carmen. No sabía nada de su carta. Me debe una explicación.
—No la hay. Quería contactar con alguien cercano a la inteligencia catalana y se me ocurrió que la agencia podría abrirme la puerta.
—¿Inteligencia catalana?
No entiende Moré, con la vista en el plato, como hacen para sacarle el aire a la mandarina.
—Los
que preparan posibles transferencias del estado en materia de
inteligencia. Los servicios secretos catalanes, el CNI de Pujol.
El señor vichisoysse prueba el agua mineral. Es de su gusto.
—No sé de qué me habla, ni de parte de quien. ¿Está bebido?
—De Carmen Balcells. Es ella la que quiere encontrar a Carvalho, no yo.
—Conozco a Carmen desde hace años, acaba de decirme que no se hace responsable de usted. Eso le deja en mal lugar. Y Carvalho no existe.
—¿Usted cree? Ella asegura que sí. Cosas de Carmen.
—No creo, lo sé. Carmen no es muy razonable, encarga cartas astrales para firmar contratos. Los papeles tampoco existen. En Madrid buscan y buscan, pero no encuentran nada. Pretenden acabar con el catalanismo, quedarse con todo y devolvernos al folklore. No nos vamos a dejar. Jugar a los espías no nos interesa de momento.
—Madrid, Madrid, Madrid, no me llore. El catalanismo, dice. Hablamos de dinero, las banderas no pagan las matrículas en Harvard de los niños. De joven oí en algún sitio que el capital no tiene patria.
—Muy bonito. Creo que es de Walt Disney. Cuénteselo al rey, a la corte, al tribunal de cuentas, al supremo y al constitucional. El asunto es al revés, Moré, no hay patria sin capital. ¿De dónde cree que salen los recursos que acapara Madrid? ¿De Doña Manolita la lotera?
El tenista pide de segundo tortilla de calabacín. Tonia le había hablado a Moré del plato más complicado en el recetario de Carvalho: Oreiller a la belle aurore. El Maître le alaba el gusto con una sonrisita por la penosa pronunciación y explica que ese plato ni está en el menú, ni se puede improvisar. Insiste con otra Carvalhada: Salmis de pato con butifarra. Le insinúa que se ciña a la carta. Se conforma refunfuñando con una becada asada con tosta de sus higaditos. Un Vega Sicilia le parece apropiado para acompañar la carne, suponiendo como supone que la becada es carne. Si no fuera carne, no tendría higaditos.
—¿Qué pretende Moré? ¿Epatar a la burguesía? Qué antiguo.
—Usted vive en sitios como éste. Para mí es extraordinario y paga la agencia. Es una de mis conclusiones vitales, los ricos lo son porque no pagan nunca.
El abogado mayor sonríe al niño que pregunta por los reyes magos. Podría disertar horas sobre las formas de acumulación del dinero. El abogado de medio pelo no entendería ninguna.
—Los ricos si lo son de verdad, lo siguen siendo paguen o no. Le veo algo ingenuo para su edad. Usted es abogado y trabaja para una firma de éxito, no se haga el descamisado.
—No voy a discutir de algo que conoce mejor que yo. Volvamos a mi tema. Un comisario dice que trabaja para el CNI. Está muy interesado en Pujol y en su Carvalho inexistente.
—Estamos informados. Conocemos a Salmorejo y a los suyos. Nos han mandado a un niño para negociar. Se han dirigido a un hijo de Pujol. Ofrecen dejar de investigar a la familia a cambio de información contra Esquerra republicana. El kilo de comisario está caro pero todo se puede negociar.
—Ahora el ingenuo es usted. Siempre hay alguien que puede pagar mejor.
—No me hable de dinero, me aburre. No tiene nada que ofrecerme. No se preocupe, le diré a Carmen que ha sido una velada muy agradable y que es usted un tipo formidable.
La botella de tinto del Duero está vacía. Daniel Vázquez Sallés cuenta que su padre le dijo una vez: “Daniel, los pijos son muy simpáticos, pero cuando les tocas la cartera, te arman guerras civiles”.
Moré se levanta para brindar con una copa en la mano. Con la otra se baja la bragueta y mea con buena puntería la tortilla de calabacín. Salpica la camisa y los pantalones del abogado aburrido. Le da para empaparle los zapatos antes de que se levante y entre gritos llegue la seguridad del hotel.
Lo sacan a la calle a empujones después de amenazarle en el ascensor. Se lleva un puñetazo en el esternón que lo deja sin aíre y dos rodillazos en el estómago. Lo retienen hasta que llega la policía y hablan los guardias públicos y privados. Se lo llevan esposado. En el coche patrulla escuchan la previa de un partido muy importante que empieza a las tres y media. Conoce el procedimiento, el papeleo, hay denuncia del hotel. Pasa la noche en comisaría encerrado con un cultivador de maría en el balcón de su casa y una Drag queen que de un tortazo ha convertido al islam a un bocazas con la rojigualda en el reloj y en el niquipolo, un experto en españolear y en asimilar, como decía Ferlosio, lo español con la españolez. Sorprende a los compañeros de celda el delito de mear una tortilla con el agravante del calabacín. Al salir por la mañana y llegar a casa después de cruzarse con el Amores en el ascensor, le apetece desayunar zumo de naranja y pan con tomate, antes de ir a contárselo a su hermana. No le va a reñir si lleva “El Jueves” y unos melocotones. Si Dolors ha conseguido por fin contactar con Charo todo puede ser más fácil en la próxima reunión con la jefa.
Tonia toca concentrada un rondó, el tercer movimiento de “La Trágica”, la parte que Alma Malher describe como “los arrítmicos juegos de dos niños, tambaleándose en zigzag sobre la arena”. Vibra el teléfono. No es Moré, es la jefa. El violín vuela por la ventana, está harta de estudiar, del conservatorio y del metrónomo. Ve caer el instrumento y romperse en pedacitos contra el suelo. Se acabó. Declara inocente a Malher: “Soy tres veces extranjero: un bohemio entre austríacos, un austríaco entre alemanes y un judío ante el mundo”. Al minuto se arrepiente, el violín era un regalo de la abuela.
Lo que cuenta Carmen despacio, envuelto en frases analgésicas, tarda en procesarlo. A Moré le han matado esta noche en su casa con una escopeta.
Al tanatorio, entre la calle Sant Quintí y la ronda del Guinardó, llega Tonia con Malik a última hora. Hay gente de la agencia, un grupito de abogados, camareros, periodistas, Dolors en silla de ruedas, su cuidadora. Tonia se presenta a la hermana de Moré y se ofrece para lo que sea necesario. No se conocían. La mujer llora angustiada apretando los dedos de Tonia, se abrazan. Frente al ataúd cerrado, de espaldas al llanto, se muerde el labio inferior.
Moré… Es verano, las calles y lo bares están llenos y tú ahí. Ya no vamos a Cuba. ¿Por qué te han matado? ¿Estamos en una novela policíaca y hay que cumplir con el género? ¿Era imprescindible?
El Peloponeso en plena ola de calor arde entero. Desde Atenas huele a quemado, hay más de setenta muertos. Las sucesivas revoluciones industriales, las tecnologías devastadoras, la acumulación de capital, la depredación a escala planetaria, la explotación salvaje de recursos y personas, hacen humear el futuro de los que han sacado tajada, una cuarta parte de la población mundial, y de los que no, los demás. Kostas Jaritos aparta por un momento las llamas de su cabeza al oír el teléfono y la voz de su jefe, el general de brigada Guikas. Recuerda bien al abogado bigotudo atronando el restaurante, al comisario que no estaba invitado, a la traductora joven que pidió berenjena, parecida a su hija. Se lo contó a Adrianí que planchaba pantalones, pobre hombre, dijo. Pobre hombre. Tenía buen recuerdo de Barcelona. Ahora aparecía un lado siniestro, el cadáver de alguien con quien había compartido mantel. Barcelona sería ya inseparable en su cerebro de un asesinato por seguir el rastro de Carvalho.
Tonia también seguía, o sigue, desde una cierta distancia y con un papel de reparto, las huellas de Carvalho. Moré ya no necesita traductora ni asistente. La posibilidad de convertirse en objetivo de alguien o algo, empieza a entrar en sus cuentas. Ahora sabe más que Moré. Andreu Martín y su novela sitúan a Charo en la cárcel, mala cobertura para contestar llamadas. Relata detalladamente la muerte fingida del detective para desaparecer con garantías. El asesino en la charada es Biscuter, dispuesto a llevar el espectáculo hasta el final y acabar en una celda. Para el mundo, más allá de Charo y Biscuter, su mínimo y estricto círculo de confianza, Carvalho, como el director general de la guardia civil en su día, no está ni vivo, ni muerto.
Salvo Montalbano leyó dos veces la nota fúnebre que le envió la agencia. En Sicilia y en el mundo cuando aparecen las escopetas es que todo se va a complicar. Descorchó un vino de Pantelleria. Bebió despacio y compasivo, mirando al mar. Nino Castellano desde el Bronx, en Nueva York, ha oído hablar de él. ¿A quién? ¿Qué más sabe? Mencionó a su abuelo, a la familia. Eso lo convierte en algo personal.
El despacho de Carvalho en la plaza del teatro frente a la estatua de Pitarra, lleva años vacío en un edificio con pasado de burdel, la casa de putas de Madame Petula, y presente de oficinas. Tonia intenta cuadrar las fechas. Según Andreu Martín, Charo, acusada de matar a Carvalho, sale de la cárcel sin cargos, ¿cuando? Biscuter autoinculpado, podría estar preso, hay que comprobarlo. Sin noticias de Carvalho.
En la plaza Dos de Mayo, Madrid, atento por si aparece la policía, un acordeonista barbudo del este se queja con música. Juan Madrid recuerda vagamente al abogado Moré. Antonio Carpintero, Toni Romano, con nitidez, tenía un trato con él. No le hace gracia que maten a sus clientes. Si son inofensivos abogados que pagan bien, aunque tengan la gracia en el culo, menos. Pone diez pavos en el estuche del acordeonista llamándole por su nombre. Pide que toque algo para un muerto. El músico coge aire y se arranca a cantar en ruso un lamento ronco. Toni, permeable a los tonos menores, nota un gancho al hígado y baja la calle asqueado. Le duele la cabeza. Cuando se le pase no estará de mejor humor, no acostumbra a cobrar por no hacer nada. Alguien tiene que pagar la cuenta y la putada. No va a ser barato.
La historia sin confirmar de Andreu Martín, que no trabaja para Carmen Balcells, pone todo patas arriba. Los hechos: Carvalho, involucrado por Charo en un asunto menor se complica la vida, su habilidad más contrastada, y ejecuta a unos asesinos argentinos relacionados con un banquero español. Carvalho organiza el simulacro de su muerte para evitar a la policía y desaparece. La policía culpa a Charo hasta que Biscuter confiesa ser el asesino de su jefe. A Tonia le tiemblan las piernas.
Cuando llega el cante a la comisaría de Vallecas el Trini no se lo cree. La única vez que vio a Moré, discutía con Salmorejo. Nota olor a mierda y una arcada. No le enseñaron en la cuenca minera, en el gimnasio de boxeo, en la facultad de filosofía o en la academia de policía, a mirar para otro lado. En la comisaría de Vallecas corren algunos chismes sobre Salmorejo. Cuatro chavales ocuparon un edificio en el barrio que llevaba años abandonado. Un empresario compró el solar y los chicos desalojaron por la vía rápida. Fueron diciendo por ahí el nombre de quien les amenazó con una pipa. Un macarra habitual en follones de encargo al que ni le iba ni le venía nada en aquello. Un inspector veterano se enteró del motivo. El empresario había pedido ayuda a un comisario especialista en hacer favores a los amigos. Hace tiempo que Ramalho ha oído hablar de los comisarios salvajes.
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