TODO LO QUE SÉ SOBRE PEPE CARVALHO (Capítulo XII)
El libro de los antepasados
XII
La Rebe ha puesto orden. Hay leche, huevos, lonchas de embutido, cebollas, verdura y yogures en el frigo, pan en una bolsa de tela, detrás de la puerta de la cocina. Los cristales dejan ver el exterior, la ropa tendida, el sol y el gris. Está para salir de cuentas. Por las mañanas, mientras se peina, se arranca con cosas de la Niña Pastori. Por las tardes van a verla su madre y sus primas. Viven dos pisos más arriba. El padre de la Rebe, su única hija, vigila al Cholo de cerca. Le lleva al mercado para ayudar a montar el puesto, cuando puede le suelta cincuenta pavos. Conoce el paño, a su yerno le tira la calle. Sigue soñando con montones de billetes, coches llamativos, vivir deprisa, dejar un nombre grabado en la calle, ahí va el Cholo. La Rebe lo mira como a un crio que no sabe filosofía, la necesaria, por lo menos, para no dejarse arrastrar por la corriente. Hay que manejar reglas básicas, las conoce bien, tiene que sacar adelante lo que lleva en la barriga. Tradición.
El Lechuga no molesta, no sale de la humareda instalada en su habitación. No ha vuelto a jugar a la play, el Elche no va a ser campeón de Europa. Lee noticias de prensa en la red sobre el abogado Vicent Moré, rastrea su historial en boletines oficiales, facultad de derecho, sentencias. Ha descubierto el nombre completo del Toto, José Antonio Pelayo Cano, 43 años, con un puesto de vigilante en una empresa de reparto. La policía puede llegar a su hermano sólo si se va de la boca. El Cholo está chinao pero no tanto. Aunque le relacionen con el Toto, no sabe nada. Desde que está la Rebe en casa anda algo más tranquilo, el suegro le vigila, va entrando en el negocio. La niña de dieciséis años vive cantando entre dos asesinos y no lo sabe, ni tiene miedo.
El Cholo habla con tres chinos en la esquina a la espera de descargar una furgoneta de pantalones. Carmen Balcells en la silla de ruedas, empujada por su hijo, pasa a su lado. Paran junto a una placa conmemorativa sin descubrir y un grupo de autoridades municipales la agasajan. Maruja Torres llega a la inauguración de la plaza recién terminada, un homenaje a su amigo Manolo. Le resulta desagradable, dura. Asfalto, un hotel nuevo de doscientos euros la noche, cuatro árboles en maceteros de hormigón. ¿Donde se refugiarán las putas? Es estrafalario a Manolo no le habría gustado.
“Esperadme en el cielo” es una superproducción de la Metro-Goldwyn-Mayer en tecnicolor, con Sal Mineo en el papel de Terenci, Jean Simmons como Maruja Torres y Manuel Vázquez Montalbán, recolocándose las gafas con el dedo, interpretando a Manuel Vázquez Montalbán con cara de chinito feliz. La novela ha ganado el Premio Nadal.
La nueva plaza en la jungla de asfalto es un mordisco al barrio del sur, a la memoria del sur, a las culturas resistenciales del sur. Al Cholo le importa una mierda lo que haga allí toda esa gente, le molestan los policías, los fotógrafos, el público. ¿Qué coño pasa? ¿donde están los habituales?
Enfrente del hotel está la nueva sede de la UGT. En los sindicatos siempre creyó Montalbán, incluso en los peores momentos: “El principal obstáculo para conseguir la limpieza étnica perseguida por los nuevos señoritos”. Señoritos empeñados en silenciar las canciones de la memoria.
“los gitanos del Bar Moderno, Tamboril
de silla, canción de salmuera o la voz
del musclaire”
El acoso continúa. Los señoritos quieren atraer a esta parte de la ciudad a profesionales, negocios, turistas, estudiantes, clase media. Desechan indigentes, adictos, putas, gitanos, inmigrantes.
“los
gitanos perdieron duende, no
cantaban, tosían de noche bajo el
relente, cuando
cosíamos tristes arreglos de vestidos
viejos
para mutilados cuerpos de postguerra
incivil”
El Cholo no quiere ser un perdedor, está mal visto. Al matar al Toto cortaron la conexión que le unía a los ganadores. Pretende recuperarla. En el Júpiter no saben nada, por eso recorre el chino. Busca hacer contacto, alguien a quien preguntar. Deambula entre vecinas, parroquianos, secretas, turistas y exploradores de safari social. El Toto en sus trapicheos no mezclaba jefes y subordinados. No sabe donde vivía ni qué hacía cuando no estaba con él. Sí sabe que era un cabrón lo bastante listo como para darle la mínima información. Al doblar la calle del Hospital se topa de morros con alguien que le resulta familiar. Viven juntos, se ven poco. El Lechuga rondando por ahí es raro. Está serio.
—Vamos ahí a la vuelta, a tomar unas frías.
—¿Qué pasa? ¿buscas algo? ¿Se te ha acabao el fumeque?
—Te buscaba a ti, calamar.
Los dos apoyados en la barra de un bar forman una estampa anormal, no alternan juntos desde que eran críos. Cada uno es cada uno. El Lechuga no marea, se explica sin dar vueltas. Vacía medio tercio de un trago, mira alrededor, acerca su cara a la de su hermano.
—El abogado ese no defendió nunca ningún violador.
La reacción del Cholo es muy lenta. Se eriza, se arremanga, mira al techo.
—¿Qué abogado?
Para el Lechuga es la respuesta correcta.
A cinco minutos Rambla arriba, en Canaletas, otra pareja y otro bar. Suñé mastica con cuidado, tiene la dentadura mal puesta, se le mueve, ha pedido algo blandito, ensaladilla. Habla del triplete, Guardiola y Messi. Cuenta la anécdota de Rexach, Messi y la servilleta. El Rubio la conoce, y toda Barcelona, pero se calla. No ha venido por nada que tenga relación con eso.
—He pensado algo. No tengo el dinero. Si no lo tengo no te lo puedo dar. Si no te lo doy te quedas como estás. A verlas venir.
—Tengo otros compradores, nene. No hay dinero, no hay Carvalho.
Eso suena a farol. La copa del Rubio es de pacharán. Bebe un trago y chasca los labios.
—No me interesa Carvalho. Busco a Charo.
—¿Y a mi qué? No sé quien es esa.
—Sí lo sabes. Estuvo años viéndose con Rigalt i Mataplana.
—No me líes. Charo y Carvalho es lo mismo, la tarifa también.
A la edad del Rubio es difícil cambiar. Nunca creyó que se vería en una situación así, le jode utilizar trucos sucios.
—Si me cuentas lo que sabes de Charo te doy mil pavos. Si no me lo cuentas, voy a hablar con De la Peña y le explico por qué no renovó.
Suñé se ríe. No lo toma en serio. El Rubio no es de esos.
—No me amenaces. Puedo llamar a alguno de la grada sur y esta noche te parten las piernas.
Otro farol. Saca del bolsillo de la chaqueta un sobre. Lo pone encima de la barra. Coloca la mano derecha sobre el hombro de Suñé. Aprieta.
—Cógelo, te conviene.
Suñé abre el sobre tranquilo. Hay dos mil. Vuelve a dejarlo donde estaba. No está asustado.
—Dóblalo y te cuento algo.
La mano del hombro afloja la presión. Aparece otro sobre. Suñé lo comprueba. Mil. Coge los dos sobres y se los guarda. Hecho.
— ¿Cuantos sobres tienes?
—No se enseñan las cartas si no ves la apuesta…
Piden otra ronda. Suñé cree que podría haber sacado algo más, es un jugador conservador. De todas formas es un dinero potable. No tiene compradores, ni conoce a nadie a quien le pueda interesar la información.
—No sé nada de Charo, de Carvalho sí. Trabaja para el club, viaja mucho, es ojeador. Estaba delante cuando firmaron la servilleta. Oí que había ido a México para ver a un chaval de los Dorados de Sinaloa hace un par de meses. Hay algo raro, ningún ojeador ha tratado nunca con Quimet, eso es tema del cuerpo técnico.
—No te creo, Suñé. Te lo estás inventando.
—Conozco a todos los ojeadores. A todos, los de ahora y los de antes. Ninguno conoce al tío ese, no viene del mundo del futbol. Se hace llamar Ventura pero no hay contrato suyo en las oficinas. Hace veinte años Quimet hablaba con Charo de contratar a Carvalho para sus negocios y sus politiqueos. Lo consultó con Pujol. Estoy seguro de que es él.
—Y...¿Charo?
—Ni puta idea.
Montalbán cumplió condena durante el franquismo por apoyar la huelga de los mineros en 1962, cantar “Asturias patria querida”, como consta en el acta judicial del consejo de guerra, y por empezar gritando “Huelga general” para terminar coreando “Muera el general”. Le metieron tres años. Cumplió dieciocho meses por un indulto concedido al morir el papa Juan XXIII. “Los asturianos aún no me han hecho hijo adoptivo y creo que me lo merecía”. Alejandro Gallo, comisario de Gijón, escogió la novela negra como género para señalar silencios y olvidos en “Operación exterminio”. Describe, con nombres, apellidos y documentación, la red de infiltrados, inteligencia militar y espionaje que preparó las masacres en los montes, pueblos y cuarteles asturianos contra los resistentes de la España republicana o libertaria. Para sus novelas situadas en el presente, inventó al “Trini”.
El Trini ha cogido días de libre disposición, moscosos, para ir a Barcelona. Las historias sobre Salmorejo corren por todas las comisarías y lo relacionan con algunos de los jefes del cuerpo, casos ruidosos sin cerrar y tramas negras. Trinidad Ramalho da Costa está dispuesto a jugarse lo poco que tiene en la cuenta del Banco contra un café, a que Salmorejo y sus comisarios han cometido delitos suficientes como para pasar en la cárcel más años que el Conde de Montecristo.
“Carvalho: Problemas de identidad” la novela que publicó Carlos Zanón en 2019, estaba contada en primera persona, el narrador era Pepe Carvalho. A Zanón le propusieron, la editorial y la familia de Montalbán, revivir al detective desaparecido. Protestó, gruñón, Muñoz Molina: Carvalho no es una franquicia. Zanón no estaba convencido del interés de la aventura y pensó en negarse, no tenía ninguna necesidad de meterse en semejante berenjenal. La editorial insistió, la novela negra vende más que nunca y Zanón es el mejor exponente de los nuevos autores consagrados. Le molesta la idea de una oferta irrechazable. Otros proyectos en marcha estaban retrasando la decisión. Una noche, a las dos de la mañana, a punto de quedarse frito en el sofá viendo una película de terror, llamaron a su puerta. Tenía que ser algún vecino porque no había abierto el portal. El volumen de la televisión no estaba alto. Abrió esperando una cara conocida. Tenía enfrente a un repartidor de comida clavado a Peter Sellers con una caja de cartón. No había pedido nada.
—Bona noche. Aquí tiene. Adiós.
—No, no. Se ha equivocado.
—No, no. Zanón, aquí. Adiós.
—Espere...¿Qué es esto?
—Esto para Zanón, tú Zanón. Adiós.
El extraño no quería conversación, ni cobrar. Carlos Zanón con la caja en la mano, dejó marcharse al hombre y se quedó en la puerta con una sensación rara y olor a tortilla de patatas. Al abrir la caja no se sorprendió, tortilla de patatas. Le entró angustia, a veces la vida no tiene sentido. Parecía recién hecha y jugosa. Pasó lista de amigos payasos candidatos a culpables de la gracieta. En la cocina tiró la caja a la basura, tenía la cena reciente. El timbre otra vez, el repartidor.
—Come.
—¿Cómo que come? Oiga…
—Come tortilla. No tira tortilla.
Ser famoso, lo famoso que puede llegar a ser un escritor de novela negra, tiene estás cosas. Un programa de radio nocturno, un cibernauta, un humorista de la tele o cualquier cretino, le había elegido para pasar el rato. No tuvo tiempo de cerrar la puerta, el repartidor metió el pie.
—Come tortilla. Hace Biscuter. Bona noche.
Hace Biscuter, dice. Los de la editorial. Deben estar muy desesperados. En la caja, debajo de la tortilla, hay un móvil y un mensaje escrito con letra infantil: mira en el buzón. Puso hielo en un vaso y añadió un chorro abundante de Macallan. La tortilla era platónica, perfecta, inapelable. En la película una monja con llagas se convertía en murciélago, las paredes sangraban y una niña rubia daba cabezazos al suelo en un desván, al lado de una oveja. Se puso las zapatillas y la bata, cogió las llaves y siguió las instrucciones absurdas sin convicción. Encontró un paquete con una etiqueta; “Carvalho: problemas de identidad”. Contenía unos doscientos folios escritos a mano. Leyó de un tirón, tres cuartos de botella, intentando reconocer el estilo, poner nombre al autor. La habitación empezó salirse de su eje, el sofá le llamó por su nombre, la luz del día le cerró los ojos, los párpados pesaban dieciséis toneladas. Sonó una melodía ridícula, el Huawei.
—¿Carlos Zanón?
—...Puede. ¿Quién es?
—¿Le ha gustado?
—Mucho. Pero...la prefiero sin cebolla.
—Pensé que siendo usted poeta, le gustaría. La cebolla es escarcha...la cebolla es escarcha...La cebolla es escarcha.
—Cerrada y pobre. La cebolla es escarcha, cerrada y pobre. ¿Le importaría decirme quién es?
—Da igual. Quiero la mitad de los beneficios, sin contrato, en efectivo, un solo pago. Le avisaré del cuándo y dónde.
—He bebido bastante, necesito dormir. Llame en otro momento.
Carlos Zanón puso la cabeza en el cojín, encontró una patria mullida y el universo se lo tragó. Soñó con una oveja que llamaba a la puerta de su casa a altas horas de la madrugada para entregarle una caja con cebollas.
La librería de Paco Camarasa y Montse Clavé, “Negra y criminal” cerró en 2015. El mercado, un asesino de mano invisible, acabó con ella. Las multinacionales ametrallaron el pequeño local en la calle de la Sal el día de San Valentín. No parecía un accidente. Paco Camarasa dejó “Sangre en los estantes” antes de morir, otro abril sin mejillones, en la Barcelona negra de 2018. En 2019 Carvalho, el detective charnego y anarquista, de seguir vivo, rondaría los setenta y muchos, no estaría para aventuras. Un detective achacoso, a sopitas y buen vino, cocinando pescado hervido, no es lo que espera la editorial Planeta.
Carlos Zanón observa la puerta tomando una cerveza sentado en el Oz Blues Bar, un local de música en directo casi vacío tan temprano, entre el restaurante pakistaní Punjab y un bazar de todo a euro en el carrer Nou. Un camarero enorme al otro lado de la barra, charla con un cliente. Un grupito alterna las visitas al lavabo. Canta Ray Charles por la mañana en el calor de la noche. El escritor sigue sin tener claro qué pinta allí, la voz del teléfono le ha dado indicaciones. El tío que se dirije a su mesa, después de mirar a través del cristal, tiene pinta de guiri. Es francés. Le ha dado tres besos y ha pedido pastís. El camarero dice que se acaba de terminar la botella y le sirve anís del Mono con agua fresca, una palomita. Se presenta como Patrick Duluc, su castellano suena a varios veranos en Alicante y asegura ser un negociador. La primera cuestión para Zanón es el elefante.
—¿En nombre de quien negocia usted?
—Del señor Plegamans, naturellement. Un caballero exceptionnel gran amigo mío y un chef mágico.
—¿Plegamans?...¿Biscuter?
—Don Josep Plegamans Betriú, un catalán universel. Antes conocido como Biscuter, en effet.
Zanón maneja posibilidades. Duluc puede ser un actor, un chiflado, un fan de Carvalho, miembro de una secta cátara, un mafioso marsellés o un cocinero con ocho estrellas Michelin. Ha recibido un texto, luego puede ser escritor. Los escritores pueden convertirse en todos esos personajes a la vez.
—¿La novela es suya?
—Oh, no, no, no, bien sur que no. El autor es el famoso exdetective Carvalho. Monsieur Plegamans es su agente littéraire. Yo soy un delegado. ¿Le ha gustado la obra?
—Mucho. Tiene ritmo, es creíble, cumple con el género sin caer en los tópicos y mantiene el interés hasta el final. Es el trabajo de un profesional, no parece una primera novela. Mire, Duluc o como sea su nombre, no creo ni una palabra de lo que dice.
—La verdad, cher ami, está sobrevalorada. Lo que digo va plus loin de la verdad, hablo de un milagro. Pepe Carvalho es un excelente narrateur y se ha dado cuenta de algo douloureux para él, ha estado muchos años trompé. Los libros sí ayudan a vivir, surtout al escritor. Contar parte de sa vida ha sido fácil para él, la contó muchas veces al Escritor con lettre capitale. Es una histoire antigua, c'est clair, pero mìs a jour, lista para publicar. No le negaré quelque chose, también es una venganza personnel del señor Carvalho contra Vázquez Montalbán.
A Zanón le da pereza entrar en una charla sobre verdades, milagros y venganzas. Prefiere acercarse a la barra. Pide más cerveza y otra palomita. La anterior se la ha bebido Duluc de dos tragos, dividiendo el vaso en mitades exactas. En el aire B.B. King se queda a vivir en una nota. Al volver con las consumiciones Duluc le invita a fumar en la calle. El francés enciende un cigarrillo perfectamente liado y un olor picante a polen del bueno hace volverse a los transeúntes.
—La novela negra, la série noire, la inventamos nous los franceses al terminar la deuxième guerre mundial. Literatura de quiosco, Black Mask, autores norteamericanos, cultura populaire, y surtout, Gallimard. También la expresión film noir es francesa. La épopée de la conquista del oeste y el vaquero como héroe era pas trasladables a la realité européen. John Houston y Cagney van a introduire al detective, el mundo del hampa. El western representaba la tradición, la épique del nacimiento de una nación, John Wayne, les republicaines. La novela urbana était social, nocturna, y crítica, Bogart, les demócrates. El cinema, una invención francesa, al llegar a Hollywood, descubrió a los americains la izquierda y la derecha, otro invento francés.
—Estamos en Barcelona, señor Duluc, en lo que fue el barrio chino, esto no es un café de París. Si intenta colar esa parrafada a cualquiera de por aquí le apuñalan, le quitan los empastes y le tiran a un contenedor. ¿Qué quiere?
—La mitad de tout. Ya se lo dijo el señor Plegamans por telefón.
— Si me presenta a Biscuter y a Carvalho le doy todo.
Un hombre con sombrero de ala ancha, abrigo azul, corbata amarilla, gafas y bigote canoso se acerca. Abre los brazos como forma de saludo y arruga la nariz.
—¡Coño, Carlos¡ ¿Qué haces aquí?
—Andreu...me alegro de verte. Ya ves, tomando algo con este amigo. Os presento, Andreu, Duluc. Duluc, este es Andreu Martín, un escritor.
—El autor de Cabaret Pompeya, Prótesis, Barcelona conecction y el blues del detective inmortal, un honneur y un placer, monsieur Martín. Su obra es tres estimé en Francia. Le ruego acepte una invitación ¿Qué quiere tomar?
—No, no gracias, invito yo. El bar es mío.
Zanón se sorprende. No acaba de imaginar como ha llegado a hostelero su colega.
—Lo inventé para una novela. Era de un traficante, un personaje. Se quedó vacío y me lo quedé. Habrá que aprovechar, pedid lo que queráis está todo pagado.
Duluc hace intención de pasar el petardo de hachís a Andreu Martín y le interpela como si fueran viejos conocidos, cómplices en un delito. Andreu Martín niega con un gesto.
—Plegamans y Carvalho disfrutaron mucho de su libro, monsieur Martín. Se sienten tout a fait identificados con sus personajes aunque haya changé los nombres. Diré, para su información, que mi queridísimo amigo el chef Plegamans a eté declarado inocente de todos los cargos por el asesinato, simulado como usted sabe, de Pepe Carvalho.
—Hace quince años que escribí esa novela, no recuerdo los detalles. Era un homenaje a Montalbán, sin paliativos. Pepe Orvallo y Cuatro Latas intervenían en un caso de María de la O Zabala, la pianista de jazz que entonces tenía este local alquilado al tío Reyes, un capo local de la cocaína.
Zanón rechaza el ofrecimiento del francés, una chusta inaprovechable, e interviene.
—¿Zabala la que tocaba con los de “El signo de los cuatro”? Eran buenos, los vi en la semana negra de Gijón. ¿Qué historia es esa del asesinato simulado de Carvalho?
—Es larga y no me acuerdo. Lee la novela. No puedo quedarme. Vais a decir que estoy loco pero tengo un soplo, un atraco dos calles más abajo, en cinco minutos. Encantado de conocerle señor Duluc, nos vemos pronto Carlos, salud.
Desaparece Andreu Martín y Zanón vuelve al punto en el que estaba la conversación previa, el negocio.
—Usted decide, Duluc.
—D’accord. Haremos una video conférence. ¿Mañana a midi?
—Si midi son las doce, me viene bien.
—Pues brindemos, cher amí. Pour la vie.
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