Un día cualesquiera
Al amanecer olía a hierba recién cortada. Las vacas estaban felices en la cuadra esperando ansiosas que alguien abriera el portón. Cayeron cuatro gotas que no asustaron a nadie y empezó el trajín en el valle. Era día de escuela al aire libre con los mayores, a la orilla de la laguna debajo de las higueras. Se desayunó al gusto sin prisa ninguna. Además de los higos había zumos, leches, cafés, cacaos, frutas, madalenas, medias lunas, mieles y mantequillas. Era preceptiva, aunque no totalmente obligatoria, para toda la población, incluidos los más pequeños, media hora de trabajo al día. Los drones ya zumbaban empacando la hierba y según la constatación electrónica la enferma más grave del concejo había mejorado significativamente en las últimas horas. Según la estadística más avanzada no debería haber muertes en los meses siguientes. Todo estaba tranquilo. Bajo un sol cariñoso las chiquillas y chiquillos se bañaban en el río con gran jolgorio y algunas adultas y adultos nadaban por deporte entre truchas y cangrejos hacia las zonas más profundas.
La faena empezó con puntualidad y todos los oficios cumplieron su parte con la única vicisitud digna de mención del periodismo, que en el último minuto pidió un receso para comprobar datos. Se rumoreaba que una partida de yogures se habría estropeado por un fallo humano en el control de la temperatura. Ciento cincuenta litros se habrían echado a perder.
El resto de la mañana la empleó cada quien a su libre albedrio, como constaba en el convenio colectivo, y los lugares públicos más solicitados fueron los parques, el solayero más que el sombrío, la sala de baile con orquesta (hoy portorriqueña), el cine infantil con inmersión y la nueva biblioteca imaginada por poetas. En los almacenes de alejamiento de escasez no hubo incidentes y los productos solicitados se sirvieron en tiempo y forma. La anécdota del día, muy comentada en bancos públicos y otros lugares de esparcimiento, fue la solicitud extravagante de una comanda con instrucciones de cocción y medidas exactas de arroz basmati, lentejas pardinas, chile guajillo, ajopuerro, alcachofas y caracoles con alioli.
Hubo quien echó siesta y quien no. Los lugares de silencio se llenaron después de comer y los locales de conversación y sobremesa también. Era moda intercambiar experiencias telepáticas con el recién adquirido conversor municipal y más de cincuenta vecinas y vecinos visitaron la ciudad de Fez hasta el anochecer. La inteligencia artificial, encargada del reloj de la torre, se volvió a estropear, no sé qué de inténtelo más tarde, y hubo que darle a la manivela para activar el mecanismo analógico.
A última hora llegaron las noticias de la bolsa y no hubo sobresaltos, subieron las acciones del valor de uso y del arte bruto, bajaron las de las grasas saturadas y el colesterol malo. La tranquilidad era una falsa sensación todas y todos sabían la verdad. Por mucho que disimularan no podían evitar la excitación. Ni siquiera al acostarse siguieron la rutina. Todo cambiaría al día siguiente. Era fiesta.
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