Caldo de Carvalho (XI) Definitivamente nada quedó de Abril

 XI


Hace fresco en la estación de Sans, desapacible. Antonio Carpintero sin equipaje, decide no coger un taxi, abrocharse el abrigo y estirar las piernas. En media hora llega a la sede de la agencia Balcells en la Diagonal. Le recibe una secretaria muy joven con flequillo a tazón y gafas amarillas, a la que sigue por un flamante pasillo blanco recorrido durante años por escritores famosos. Toni tenía un trato con Moré que paga la agencia. No sabe muy bien si viene a dar explicaciones o a recibir instrucciones. La mujer compacta sentada en el escritorio saluda, da recuerdos para Juan Madrid, novelista de la casa, y observa a Toni calibrando la posible utilidad de su trabajo. Parece más dispuesta a escuchar que a hablar.

—El asesinato de Moré me supone una incomodidad digamos que ética. Cobré por buscar a Carvalho. Se lo dije a él y se lo digo a usted, Carvalho es un personaje literario.

Mientras Toni habla Carmen Balcells no levanta la vista. Mira a un punto fijo sobre la mesa, una tortuguita de porcelana que ejerce de pisapapeles. Deja un silencio antes de clavarle los ojos y abrir los brazos.

—Coincide con Moré. ¿Su muerte le parece de ficción?

—No sé nada de la muerte o la vida de Moré. Lo único que tenía era lo que dice su hermana. Conoce a una prostituta telefónica que se llama Charo. ¿Cuántas cree que puede haber en Barcelona?

La agente condecorada medio sonríe. Encuentra al Toni Romano que tiene enfrente muy parecido al descrito por Juan Madrid.

—Le puedo decir cuántas librerías o editoriales hay. Sobre prostitución no manejo estadísticas. Esa Charo conoce bien a Carvalho, se lo aseguro. Escúcheme, sé lo que me digo, Manolo no hablaba por hablar.

No encaja bien Toni los imperativos. Se inclina hacia adelante apoyándose en la mesa.

—Un escritor dedica la mayor parte de su tiempo a fabular. Alguien me ha dicho que se consideraba sobre todo un poeta. Los poetas no son de fiar, están todos majaras porque no comen, aunque este no sea el caso. Hay tres nombres en esta historia, usted, Pujol y Salmorejo. Carvalho parece una excusa. Puede que para vender libros.

—Una insinuación atrevida. Le confieso que en el pasado estuve dispuesta a todo para aumentar las ventas de mis autores. Ya no lo necesito, estoy jubilada, tengo el futuro arreglado para mí y algunas generaciones. Estoy aquí por una cuestión personal, cerrar cuanto antes lo de Pepe. Me gusta usted más al natural que en las novelas, Carpintero. Le advierto que las he leído todas. Pero vamos a lo práctico. El asesinato de Moré es trabajo de la policía. Usted ha cobrado por rastrear a Carvalho y hasta ahora no ha aportado nada.

Toni inhala aire japonés y lo mantiene en los pulmones unos segundos.

—Ponga una reclamación en el juzgado. Mire, mi tiempo tiene precio. Con lo que he podido averiguar hago hipótesis. Cobro por hacerlas. Una es que usted ha decidido sacar a pasear el fantasma de Carvalho. Con qué intención no lo sé y me da igual. Otra es más retorcida. Mandos policiales o políticos, deciden correr la voz de los dichosos papeles para vigilar los movimientos de quienes puedan sentirse amenazados. La última es que el mismo Pujol haya puesto un cebo a ver que pesca. Tengo también certezas, necesito algunas para levantarme por las mañanas.

Silencio espeso. No hay moscas, si las hubiera se escucharían sus pedos. Toni se arrellana en la silla.

—No espere a que le de un pie para contármelas Carpintero, me gusta el teatro sólo como espectadora.

—Vázquez Montalbán nunca le dijo nada. Todo esto es publicidad. Ha vuelto de su retirada porque la agencia va mal. Otra certeza es que Vargas Llosa es un perfecto idiota latinoamericano desde el prólogo hasta el epílogo.

Carmen Balcells lo mira sin contestar. Aparece en su cara un gesto de secano, de pueblo pequeño. Entrecierra los ojos mientras arrastra las palabras. Una fotografía del escritor peruano ocupa un lugar de honor en la pared.

—Su opinión sobre Mario es irrelevante para mí, para él y para el mundo. Su auditoría sobre la agencia no cotiza en bolsa. Lo de llamarme mentirosa puede salirle caro, tengo licencia para matar. Andreu Martín acaba de publicar una novela. Un homenaje al detective inmortal. Él lo llama Orballo y habla de conexiones que me pueden interesar.

Toni se lleva las manos a la cabeza y las entrelaza sobre la nuca, echándose hacia atrás. Remolonea, recupera la rectitud y se apoya en la mesa, tamborilea con los dedos.

—Ya...No lea más novelas. En la próxima puede aparecer Pepe Carallo.

La joven secretaria abre la puerta sin llamar. Hay en su voz urgencia y un ligero temblor.

—Está aquí Goytisolo, en la sala de espera, quiere verla.

—¿Qué Goytisolo?

—No sé, no los distingo. El más verde.

—Eso puede ser motivo de despido, guapa. Luís Goytisolo fue el primer escritor español de la agencia. Hazlo pasar en cinco minutos.

Un cronómetro parece haberse puesto en marcha. Toni se levanta y se dirige a la salida.

—Espere, tengo algo para usted, otro cheque. Si está dispuesto a enterarse de lo que saben los escritores sobre Carvalho y hacer más hipótesis, es suyo. Yo también tengo certezas. Por ejemplo, estoy convencida de que puede serme provechoso. En la novela negra española los dos personajes más veteranos son Carvalho y usted, Romano. Los dos son de la agencia. Quiero que siga siendo así.

—Carpintero, Antonio Carpintero. ¿A qué estamos jugando?

—Me ha demostrado algo. Usted existe. No veo por qué Carvalho no.

Carpintero con el picaporte en la mano se vuelve.

—¿Quiere vender la agencia?

—¿Por qué? ¿Quiere comprarla?

La oferta es generosa. Toni es consciente de ser una herramienta, en eso consiste su trabajo. El que le haya seguido desde la estación un aprendiz, le extraña. Descarta que tenga que ver con Balcells. De Pujol espera algo mejor. Coge el cheque, mira la cantidad y aprueba con un movimiento de cabeza. No tiene nada mejor que hacer. Al salir se cruza en el pasillo con Goytisolo. El novelista le saluda amistoso como si fuera alguien del gremio. A Toni le parece ofensivo que lo confunda con un escritor. Olvida el ascensor y baja una planta, por las escaleras. Al llegar a la calle enciende un cigarrillo y no le asalta la tos, está en forma. El imberbe disimula en la acera de enfrente, Salmorejo quiere que se de por enterado. Toni es gato, no le gusta ser ratón. Un autobús sirve de pantalla durante unos segundos. El novato se pone nervioso, su objetivo ha desaparecido. Lo tiene detrás.

El principiante desorientado no va lejos, no sale del centro. El edificio exclusivo de cristales oscuros, tiene seguridad en la puerta y algunas placas. La del Grupo Cresta es llamativa: asesoría mercantil y servicios de investigación. Toni toma nota, apesta a Salmorejo. Son las dos y tiene hambre. No es un sibarita, ni un gourmet, pero le ha dicho la Balcells que para probar el rabo de toro en Casa Leopoldo, no hace falta.

Tonia echa de más a Mendiño, sentado a su lado hablando sin parar, y de menos a Malik atento y dubitativo cuando ella se pone a contestar preguntas que nadie le ha hecho. El Bambi ha muerto, el sindicato está de luto. Ondear de banderas. Requiem. Un periódico dice que el secretario general ha dejado una herencia de cinco millones de euros a su mujer, consejera delegada de una multinacional suiza. Gananciales. En el cementerio la viuda recita por megafonía la vida es sueño. ¿Qué es la vida? Una sombra, una ficción. El mayor bien es pequeño. Los sueños sueños son. Ole.

Simón Mendiño se calla por fin al aterrizar en el aeropuerto José Martí. Agotado y automedicado, se desinfla al pisar tierra cubana. Llueve, hay nubarrones negros. Al recoger la maleta se desmaya y cae redondo. A Tonia no le extraña, a los empleados y a la seguridad sí. Lo atienden rápido. Reacciona pronto Simón a las voces que le ofrecen agua y le dan palmadas en la cara. Abre desmesuradamente los ojos y declama ceceando como si tuviera capa, barba de chivo y bastón.

—“La real academia española de la lengua la preside Maura y habla en chino, como su consejo de ministros. La guerra de Marruecos no parará hasta que los tenientes sean coroneles”

—¿Qué cosa?

—¡Alfonso XIII es un cobarde vergonzoso¡ ¡Soy bolchevique¡

El corro de personas que se ha formado mira a Tonia esperando alguna explicación.

—Lleva así desde que salimos de Barcelona. Tiene miedo a volar, a saber que ha tomado. Me parece que está atascado en 1921.

—Entonces han viajado en barco. ¿Vienen a ver la partida de Capablanca contra el alemán?

—Pues no. A visitar a Leonardo Padura, el escritor.

—Vuelvan dentro de treinta y cuatro años. El señor Padura no nace hasta 1955.

—Ya. Esperaremos en el Hotel Ambos Mundos, si le parece bien.

—Faltan dos años para que lo construyan. Pueden ir al Florida. Entre la calle Obispo y Cuba, es muy cómodo.

—Gracias, muy amable.

Simón sale descentrado del aeropuerto, le falta tiempo para encender un cigarrillo y quemarlo de dos caladas. Tonia parece confusa, con los pensamientos extraviados entre el cielo, el reloj y el calendario. Puede que acaben de aterrizar en lo real maravilloso, lo irreal ordinario o en una síntesis por determinar. Las contradicciones en la isla son de primer plano, plano medio, plano general y plano detalle. Sopla bajito José Martí:

“Ruge el cielo: las nubes se aglomeran

Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan...”

El tiempo cubano, improvisa Mendiño catatónico dirigiéndose al taxista, tiene clave africana, compás caribeño, medida americana y aire europeo. Los pocos esquimales, ángeles o poetas que viven en la isla, son esquivos y no se dejan fotografiar. A veces el azar concurre y en las fotos aparecen poetas enormes, esquimales flacos o fantasmas extemporáneos. El Che Guevara bautizó a Chinolope y Santo Trafficante le perdonó la vida. En Cuba, para que usted lo sepa, señor conductor, se hacen antologías de cuentistas contemporáneos, se fotografía a los elegidos, se entrevista a bailarinas clásicas y acaba uno en reeducación. Los visitantes no podemos evitar encontrarnos en las esquinas más insospechadas de La Habana con Chinolope, sus gafas redondas y esa mirada que convierte todo lo que avista en cronopio, signifique eso lo que signifique.

El taxista para el carro, enciende un tabaco del tamaño de un cartucho de dinamita, se vuelve hacia el turista, echa el humo para que lo disfrute y explica:

—Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas. Cortazar era un cronopio. Los cronopios nunca se preocupan de lo que pasó alguna vez. Esa es la definición canónica. Para el socialismo científico los cronopios pueden ser de tres clases, enormísimos como Louis Armstrong, grandísimos como Nijinsky o de tamaño natural, como los extintos mamíferos driolestoideos. No se equivoque, Chinolope fotografía cronopios, pero también esperanzas, famas y gangsters recién asesinados. Tengan cuidado.

Leonardo Padura recibe en el vestíbulo del hotel a la extraña pareja con saludos protocolarios, curiosidad y algo de intriga. Suben a la habitación de Tonia, tiene terraza. Mendiño entrega a Padura regalos, traslada los saludos de Carmen Balcells y busca un cenicero. Tonia pide vasos, abre una botella del whisky de malta favorito de Carvalho y saca de la mochila un táper con aceitunas negras, aliñadas por su madre. Llama Conde. No puede acudir, tal vez mañana. Mendiño se queda dormido sentado y resopla con el pitillo en los labios. Quedan solos Padura, Tonia y el whisky. El escritor puede facilitarles la llave de La Habana indescifrable. Si hubo en Sierra Maestra una María gitana y portuguesa, Chinolope la encontrará en su baúl de fotos y recuerdos. Él y su cámara estuvieron allí. Si hay un tema que interese a Chinolope es el tiempo. La necesidad concurre también, menos literaria que el azar, más alimenticia. Chinolope está marcado, no tiene ingresos. El acuerdo es posible, hay presupuesto.

Tonia vuelve a su infancia en los Berlínes. Gentes iguales y distintas a cincuenta metros o noventa millas. Las calles siniestras de Postdam, el viejo cuartel abandonado de los rusos, el frío histórico, los edificios desconchados, la barbarie unánime. Vió a la policía federal acarreando menores turcos cazados al vuelo, niños vendedores de tabaco asustados en los furgones verdes de la polizei. Con la botella mediada la terraza se oscurece, Mendiño despierta, Padura se despide. Tonia y la luna.

La extraña pareja no quiere pasar la primera noche en La Habana sin salir del hotel. Mendiño se ducha para salir a cenar. Su abuelo explicaba en los velatorios del pueblo que durante la travesía hubo una epidemia y tiraron los cadáveres al mar. A todos los familiares que hicieron el viaje los asombraba el bullicio de la ciudad. En la puerta del hotel, al cruzarse con dos peatones de lento caminar, decide Mendiño que son poetas. Tonia tuerce la boca.

—No empieces. ¿En qué año estás?

—En 1936.

— Si me la estropeas la cena te saco los ojos y se los doy a los perros.

Simón Mendiño no oye, ni ve. Ha entrado en estado lunático. Habla dirigiéndose a un publico imaginario.

— “Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos”. Carvalho salvó dos veces libros de Lorca del fuego al releer algunos versos. A estas horas Federico cenaría en el Hotel Unión. Después iría a la playa de Marianao a escuchar al Chori, un timbalero, y a tocar con él. Padura ha escrito sobre el Chori. Chinolope lo fotografió.

—¿Habías oído hablar de Chinolope?

—Claro, mi niña. Supe de él gracias a una fotógrafa, Estrella Nicolás. Lo mencionan Cortázar, Galeano, Lezama Lima y otros. Vive también en Marianao. Si su padre no fuera japonés podría ser mi primo.

Se acabó la choricera

Bongó camará

Un chorizo solo queda

Bongó camará

En la desangelada oficina barcelonesa del grupo Cresta los ayudantes Stewart y Nicholas esperan órdenes del comisario Salmorejo. Stewart escucha música en un viejo cacharro de mano con los pies encima de la mesa y los ojos cerrados. Nicholas juega en la computadora. El comisario aparece moreno recién llegado de Florida. En Palm Beach ha tomado el sol en la piscina del hotel, acompañado de algunos cubanos encantados de monitorear la visita a Cuba de Tonia Calógero y Simón Mendiño. En la central, consultada por los amigos de Miami, no tienen claro el estatuto de Salmorejo. Saben que intentó venderles por un millón de dolares un informe fulero sobre Sadam Hussein. El perfil de su carpeta lo define como un comisario metido en negocios comprensibles solo por católicos mediterráneos. Los conductos oficiales con el CNI informan de que su nombre está subrayado, sus maniobras son sospechosas.

A Leonardo Padura La Habana le huele a gas y a mar. Nació cuatro años antes de la revolución. Su barrio, Mantilla, y su calle, el antiguo Camino Real del Sur junto a la Calzada de Managua, su frontera infantil, está a unos quince kilómetros del centro.

A primera hora de una mañana huracanada aparecen en su puerta Tonia y Simón. Guayabera de dril, pantalón de lino crudo, sombrero de yarey y sandalias él, camiseta, vaquero y alpargatas, ella. Por los aires vuelan dirigentillos menores, hojas de periódico con la última derrota de Industriales, vírgenes negras, bibliotecarios cojos, cachivaches masónicos y gritos de Armandito, el Tintorero, desde la tercera base del Latino. Leonardo, habanero periférico, zurdo como su padre, los ve llegar desde la ventana sobre el fregadero. Fuma un popular con filtro y toma café en taza grande. Lucía, su esposa, teclea absorta en la computadora. Mario Conde, amigo interesado de Padura, “un tipo tan jodido que, por haber sido, fue hasta policía, cornudo y aprendiz de escritor” no ha llegado todavía. Un perro, el sinvergüenza del Chori, un sato blanco y carmelita acostumbrado a las visitas, olfatea discretamente a la pareja de jóvenes venidos del otro lado del océano. Padura los acomoda y sirve café. Le divierte el lío identitario entre autores y personajes, se dispone a escuchar. Del exterior llega la algarabía del vecindario. Agarra la voz cantante Simón Mendiño, cuerdo una vez cumplidas las horas de sueño necesarias.

— ¿Le molesta que fume?

—No. Prueba uno de estos, es negro. Te veo integrado, vas hecho un mambí. Para asaltar el cuartel de Moncada te falta el machete.

—Ahora, como buen crítico literario, soy agente secreto, no quiero llamar la atención. Y llevo una navaja suiza en el bolsillo. Son muchos los peligros que se corren en esta profesión.

Padura mueve una ceja, se pasa la mano por la barba, da lumbre a Mendiño y se fija en los ojos atentos de Tonia.

—¿Cómo fue la primera noche en La Habana?

—Tranquila. Me quedé dormida leyendo “La neblina del ayer”. Es una novela suya que todavía no ha escrito. Me gusta Conde, se parece a usted.

—“La neblina del ayer”, me la quedo. El pasado y el futuro son confusos. Veo pasar el tiempo desde esa esquina de ahí afuera. Miro desde la altura de la calle y de mi generación. O eso intento. Conde hace lo mismo pero más agobiado, siempre está en la fuácata.

—¿La qué?

—Fuácata. Sin un peso, afónico. La vida está cara. Desde que dejó la policía no tiene ingresos fijos. Es un superviviente. Él puede ayudaros, yo no. Viene con Chinolope, se juntaron la peste y el mal olor. Lo que ellos no puedan encontrar en La Habana, no existe.

La puerta del estudio de Padura llama la atención de Mendiño. Una plancha en la que hay escrita una leyenda. Tiene que entrecerrar los ojos para leer: “Le pido a Dios que nadie venga a quitarme el tiempo”. Oportuno suena un claxon. Desde un auto alquilado, el Conde y Chinolope avisan de su presencia. Padura ve a los visitantes entre tres y dos, se levanta, abre la puerta y educadamente se despide.

—Montalbán dijo una vez algo que llevo a rajatabla. Ni un día sin una linea. Volved cuando queráis.

En la calle el viento sigue fuerte. Parece que estén soplando el Cumbanchero tubas, trombones y trompetas. Suben al carro Tonia y Mendiño. Conde, al volante, informa.

—¿Cómo están?...Tenemos algo que les puede interesar. Un jubilado de la dirección general de inteligencia nos espera en el barrio chino. nos habló de la operación 88, un dispositivo en España para secuestrar a Batista. Duró tres años. Lo suspendieron cuando el objetivo cantó el manisero en Marbella de muerte natural. Participaron seis agentes, cinco hombres y una mujer. Pueden preguntar lo que quieran, es compadre. Habrá que darle algo por las molestias.

En el barrio chino de La Habana ahorcaron a Pedro Cuang. El entonces teniente Conde tuvo que investigar la dimensión asiática de Cuba y América. Los chinos llegaron desde Hong Kong, Taiwan y Macao para sustituir en las plantaciones azucareras a los africanos. Olas posteriores de emigrantes llegaron huyendo de California y sus leyes racistas. La percepción del Conde de esas calles degradadas y en decadencia, cambió al entrar en contacto con los últimos resistentes. Soledad, desarraigo y violencia son las secuelas históricas de un barrio en el que la presencia de emigrantes chinos es testimonial y que vivió su esplendor muchas décadas atrás.

Conde acelera. Chinolope recoge el testigo. Conoce bien el Bronx de New York. Anduvo por allí con Tatica, un músico medio cubano, medio portorriqueño, con quien hacía fotos por los cabarés en los años cincuenta.

—Nino Castellano es el último superviviente de los agentes de la CIA que trabajaban con Albert Anastasia y Meyer Lansky. Lo encargaron la vigilancia de Carvalho. La carta al comisario Montalbano es auténtica. Lo de Marieta, la portuguesa en Sierra Maestra no está claro. Pronto sabremos algo.

Mendiño enciende un cigarrillo y pierde la mirada por la ventanilla, detrás de un culo incomprensible. Tonia arruga el entrecejo antes de preguntar.

—Oiga...¿Por qué le llaman Chinolope si su padre era japonés?




Comentarios

Pasó

Amable, el solitario.