La huertina de Etelvina
Baldomero se apeó de la burra al llegar al puerto un día de verano, justo en la raya, y miró la cordillera como hicieran las mujeres de La Braña en el mesolítico, los legionarios romanos al inicio de la era común, los paleocristianos mencionados por el cenobita Valerio del Bierzo a finales del bajo imperio, los espatarios de Witiza y los imazighen musulmanes en los siglos posteriores, todavía sin X, o como hacen ahora mismo les turistes del presente pluscuaimperfecto; entrecerrando los ojos y haciendo visera con la mano. Cansado, con gases, inserto en el espectáculo geológico, zoológico y botánico, le rondaban la cabeza moscas a su libre albedrío y una nostalgia atiborrada por seis croquetas, seis, que comiera horas antes en una casa con muros de piedra, blasón, tejado a dos aguas y guisandera a los fogones con mano de santa laica. Había seguido a contracorriente el rio del olvido desde muy temprano, hasta llegar a los puentes, cruzado el valle de Caflor bajo un so...