Malmenorismos, buenismos y mejorismos. Vuelta la burra al trigo.
La expresión “malmenorismo”, suplente por cansancio y falta de rédito electoral del agotado buenismo, se empleó en Brasil desde la izquierda del PT contra el gobierno de Lula. La consecuencia fue el triunfo electoral de Bolsonaro y los vanguardistas, para los que el sindicalista histórico se quedaba corto, no aparecieron por ningún sitio. No hicieron la revolución, olvidaron aquello tan evidente de las verdades objetivas y el análisis concreto de la realidad concreta. El lobo llegó, digan lo que digan los profetas del bidireccional “o yo o el caos”. El caos se suele colocar en los otros. Bolsonaro subastó el país, empobreció a su población y planeó el asesinato de Lula. Si alguien ve iguales a Lula y Bolsonaro necesita con urgencia un oftalmólogo.
Lo del buenismo lo utilizaron contra Zapatero, hasta el abuso, los “gustavobuenistas”, los del “imperio generador”, la pena de muerte y otras bromas históricas parecidas. Ahora, algunos que se autogeolocalizan a la izquierda de la socialdemocracia, retoman el malmenorismo como palabra mágica movilizadora. Son los del todo o nada, los del “es mejor morir de pie que vivir de rodillas”. Es esa una expresión zapatista y respetable siempre y cuando la decisión y la vida sean tuyas. Aplicársela a los demás podría ser, siguiendo con los ismos, mejorismo. Existe gente que prefiere decidir por ella misma si vivir, de rodillas o en decúbito supino, a morir de pie o haciendo el pino puente.
El movimiento obrero, hijo de la revolución francesa y del cuarentayochismo, lo formaron los comunistas, los socialistas y los anarquistas, tres estrategias diferentes para, sobre todo, alejar el horizonte de escasez, la miseria, y conseguir libertades e igualdad de derechos. Los ataques cruzados entre esas tendencias suponen derrochar esfuerzos muy necesarios contra la reacción realmente existente, poderosa y con armas y bagajes suficientes para impedir, retrasar o anular los avances sociales por mínimos que sean. La síntesis tan necesaria entre las diferentes fórmulas supone no comprar paquetes enteros de ideas, motos platónicas, y combinar en el laboratorio los saberes adquiridos, la experiencia acumulada y la cultura, sí, la cultura, el “cultivo crítico de la identidad”. El error máximo, y muy peligroso, es equivocarse de enemigo.
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