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Mostrando entradas de 2025

Por la patria

     Mataron a Ramón, el taxista, una noche de perros rabiosos, cuando quiso cobrar por adelantado una carrera de más de cien kilómetros. Sentado a su espalda dentro del vehículo Francisco Seco, diecinueve años, intentó estrangularlo con un pañuelo militar. Mientras forcejeaba, incapaz de vencer la resistencia de Ramón, cruzó su mirada con dos fotos pegadas en el salpicadero, un niño sonriente y una mujer en la playa. Desde el asiento del copiloto “el Murciano”, menor de edad, clavó una sucesión histérica de navajazos en el cuello de Ramón.    Cuando sacaron el cuerpo ensangrentado del coche, el padre de Rodri, mi compañero de pupitre en la escuela, todavía respiraba. Para rematarlo le pasaron tres veces por encima con el taxi. Entre tropezones, barro y faltosadas, consiguieron meter el cadáver en el maletero.   Sin carnet condujeron torpes, haciendo eses y pegando acelerones absurdos, por carreteras secundarias. Su destino; el solitario chalet del tío de F...

Manuel Vázquez Montalbán; Gracias por todo.

 Manuel Vázquez Montalbán, Manolo para sus amigas y amigos, murió hace veintidós años en un aeropuerto del lejano oriente. No le dieron el Nobel, un premio lleno de hegemonía, blanquitud y anticomunismo, ni el Cervantes, esa unidad de destino entre la hispanidad y la españología. Su premio fue una vida ejemplar, una obra excelente y un público que lo echa de menos. El tiempo pasa, sí. La educación sentimental cambia como las memorias y los deseos. La deuda que tenemos sus lectores con él es impagable. Siempre irónico, poco amigo de las grandes palabras, no estaría cómodo con los elogios. Alguien tenía que decirlo: MVM fue el intelectual más valioso para las clases populares del siglo veinte. Decía MVM que un intelectual es aquel que se dedica a pensar y ponerlo por escrito. Pensó y escribió a una escala descomunal. Trabajo, trabajo, trabajo; ni un día sin escribir y pensar. La gratitud, y una cierta orfandad, es lo que nos queda a los supervivientes. La juventud que lea a Montalbán...

Siguiendo a Maruja

 Fernando se ahuecó el pelo. Sesenta, pero aparento cincuenta. Un caballero maduro interesante, desde el gris templado que coronaba su noble cabeza hasta los mocasines de rebajas de Hugo Boss, de un marrón que se ajustaba al color del jersey de cuello alto pero no ceñido, un poco nórdico. El tino de su elección de personaje le obligó a sonreír. Esta vez no tendría que viajar a Madrid para cumplir con su trabajo. En su propia ciudad. Menuda suerte. Fernando (Fer Navas en su tarjeta profesional), salió de casa con ganas de aventura. A poca distancia, cerca de la catedral, Marga Santos, que era Marga Santos en todas partes, para las amistades y también cuando se buscaba la vida, se roció de un culo de frasco Chance de Chanel que guardaba para ocasiones como ésta, se envolvió en un chal gris de lana buena, se atusó la media melena oscura y se dispuso a salir. Ay, casi me olvido, se llevó la mano a la boca. Sacó la navaja automática del cajón de la mesilla de noche y la metió en el bols...

Extraños en un andén

    No tenía billete. La echaron del tren a empujones en Venta de Baños, un miércoles a las tres de la mañana. Helaba, años setenta, gris ceniza. En un banco del andén la brasa de un cigarro iluminó media cara y unas gafas oscuras. Vicente iba cada madrugada a escuchar pasar los trenes. Ciego de nacimiento, insomne, vivía de oído y de tocar el acordeón en sesiones interminables de fiestas más o menos patronales. Te llamas Penélope. No. Sí. Para mi todas las mujeres solas en una estación se llaman Penélope. No. Dame un pitillo. Penélope esperaba. Yo me llamo Federica y acabo de llegar. Ya. He oído los gritos. Insultas muy bien. Ten cuidado, seguimos en tiempo de silencio. No tienes tabaco, ni fuego, ni dinero, ni equipaje. Eres de la montaña y vas hacia el sur. Te hará falta algo caliente, la cantina está abierta. Tienes para elegir suizos, magdalenas o sobaos. No pienses mal, soy un viejo inofensivo. Ya me invitarás tú otro día. No, gracias. Me vale con el fumeque. Lo estoy de...

Un día cualesquiera

 Al amanecer olía a hierba recién cortada. Las vacas estaban felices en la cuadra esperando ansiosas que alguien abriera el portón. Cayeron cuatro gotas que no asustaron a nadie y empezó el trajín en el valle. Era día de escuela al aire libre con los mayores, a la orilla de la laguna debajo de las higueras. Se desayunó al gusto sin prisa ninguna. Además de los higos había zumos, leches, cafés, cacaos, frutas, madalenas, medias lunas, mieles y mantequillas. Era preceptiva, aunque no totalmente obligatoria, para toda la población, incluidos los más pequeños, media hora de trabajo al día. Los drones ya zumbaban empacando la hierba y según la constatación electrónica la enferma más grave del concejo había mejorado significativamente en las últimas horas. Según la estadística más avanzada no debería haber muertes en los meses siguientes. Todo estaba tranquilo. Bajo un sol cariñoso las chiquillas y chiquillos se bañaban en el río con gran jolgorio y algunas adultas y adultos nadaban por ...

Caldo de Carvalho (XIV) Destruidas ventanas

 Tonia en San Cristóbal de Las Casas es turista, está allí porque quiere. En el momento inicial del movimiento zapatista los accionistas del balneario europeo llamaron a eso turismo revolucionario. Gobernaba el PRI, se firmaron tratados de libre comercio con EEUU y se privatizaron empresas estatales. La historia se había acabado, la democracia y el capitalismo eran matrimonio, tenían un anillo con una fecha por dentro. Derrotado el mal soviético, el futuro era un crecimiento económico continuo gracias a los dioses del mercado. La memoria dejaba de tener sentido. Se decretó la “libertad duradera” y la “justicia infinita”. Perico, al que dicen el negro, acompaña a Tonia por la orilla del río Amarillo. Es amable, buen escuchador y narrador. Le cuenta que los federales lo buscaron por participar en la organización de una huelga en los cafetales de Palenque. No lo encontraron y se fueron a por su hermana. La mutilaron. No ha vuelto al pueblo. Vive de vender a los turistas artesanía de m...

La Sociedad del Baile

 Nadie sabe como llegó a manos de Baldomero Cañón, “el mudo”, aquel ejemplar atrasadísimo de “El Molinico”, órgano de expresión de la Sociedad del Baile de Marcilla. Cada tarde en la cuadra, mientras echaba un pito antes de ordeñar, solía leer un periódico cogido al azar del montón preparado para encender la lumbre de la cocina. Lo hacía en voz alta. Desde que en su infancia decidió no volver a pronunciar ni una palabra en presencia de humanos, Baldomero hablaba solo con animales y no con todos.                      Le gustaba compartir las noticias con las vacas y la mula. La Artillera y la Capitana mostraban un relativo interés de pascuas a ramos, ladeando levemente la cabeza o dejando de comer durante un segundo. La mula Perla se obstinaba en ignorar cualquier suceso del mundo por asombroso que fuera.     En la página tres Baldomero se calló. Una fotografía en blanco y negro le hizo torcer el morro. Se veía un...

Pasodobles lejanos

        Fue Baldomero a comprar jijas y Santi, el carnicero, el de la carretera de Asturias, le contó lo de la excursión a Benidorm. Para qué queremos más. Ahora se le ha antojado al señorito concursar en el festival. Este hombre es bobo, no tiene arreglo. Necio, necio. Como es mudo, no se puede discutir con él. Bueno, mudo, no habla porque no quiere. Y lo que le dice Etelvina, Baldo, vida, tienes ochenta años, no estás para berenjenales. No señor, no es juventud amontonada. Vale que sigas tocando el acordeón en fiestas de pueblos con ocho vecinos...Pues doce con los veraneantes, lo mismo me da. De Valcuende a Benidorm hay ochocientos kilómetros y quieres ir en la mula. ¿Es o no es de no tener conocimiento? ¿No puedes ir en el coche de linea como todo el mundo? Dice el papel de la asociación que salimos de Guardo temprano, paramos a comer en Segovia, en Aranjuez a ver no sé qué palacio, en La Roda a comprar unos pasteles y llegamos al hotel a la hora de ...

Caldo de Carvalho (XIII) Sin otra vida que el sentir del tiempo

 Despertar al patrón de la siesta con una mala noticia es peligroso. Cuando tiene la pistola en la mesita, al lado de una botella vacía de mezcal, es jugar a la ruleta rusa. —Pinche cabrón, chingue a su madre... En México el apocalipsis bíblico es una pendejada, cuentos para niños. Ni en el antiguo ni en el nuevo testamento se menciona a los españoles a caballo o a la embajada de los EEUU. Hace siglos que los mexicanos viven el postapocalipsis todas las mañanas. —la parejita de españoles está en el DF, patrón. —Mátenlos. —¿A Belascoarán también? —A todos. Mátenlos a todos. —No se puede, patrón. —No sea culero, güey. No se va a poder. Mátenlos a chingadazos esta misma noche. —No, patrón, ni modo. —¿Por qué cabrón? ¿Para eso me despertaste? —El obispo no quiere. Ahora qué. Despedida. Y ahora qué. Llama a casa para oír la voz de su madre, quiere tranquilizarla y que la tranquilice. En Barcelona llueve, Nana va en el autobús. No le dice que les han echado de Cuba, no cuenta la llamada ...

Caldo de Carvalho (XII) El libro de los antepasados

 XII La Rebe ha puesto orden en la leonera. Hay leche, huevos, embutido, cebollas y yogures en el frigo, pan en una bolsa detrás de la puerta de la cocina. Los cristales dejan ver el exterior, la ropa tendida. Está para salir de cuentas. Por las mañanas mientras se peina, canta por la Niña Pastori. Pone el puchero y la lavadora. Por las tardes vienen su madre y sus primas, viven en el mismo bloque. El padre de la Rebe vigila al Cholo de cerca, lo lleva al mercado para ayudar a montar el puesto, echar un ojo, ir a por los cafés. En cuantito puede, le suelta cincuenta pavos. Conoce el paño, a su yerno le tiran la calle y los billetes fáciles. Eso se tiene que acabar, como hay dios. Para la Rebe es un crio que no sabe manejar reglas básicas. Ella tiene una misión, sacar adelante lo que venga, como hizo su madre, su abuela y la madre de su abuela. Tradición. El Lechuga no molesta, no sale de la humareda instalada en su habitación. Le está cogiendo el gusto al colacao caliente por las m...