El acordeonista
El tío Baldomero, hijo y nieto de Baldomeros, tiene por delante una gira delicada. Sentado en el escaño al calor de la cocina, con las cuentas sin cuadrar, desayuna un tazón de leche y pan migado. Será, esta vez sí, el último año, la despedida. Todo está preparado, el acordeón en su estuche, la muda en la bolsa, la mula impaciente mirando pa él desde la nogala. Bajar al valle y subir por el puerto a la meseta le da pereza. Ha pasado mucho desde que debutó acompañando a su padre en la inauguración del primer cine del concejo, construido por el marqués de Puntillos, dueño de las minas y patrocinador de los sindicatos católicos. Los más sabios de la cantina intentaron explicarle, entre chatos y cacahuetes, el invento de las fotografías animadas, un moderno mecanismo que estaba asombrando al mundo. El tío Baldomero se hizo un lío con la física y la química que, por lo visto, intervenían en la maravilla. El coche de linea había traído ...