Le llamaban Baldomero

Nadie en el polígono se extrañó al ver bajar por la trocha a Baldomero, montado en la mula, con el acordeón colgando de la albarda. Venía de la parte de León, de Puente Almuhey o por ahí, medio dormido, sin afeitar y con el sol entrecerrándole los ojos. Había estado tocando en el baile de no sé qué santo hasta las tantas, y no podía con el alma. Los años pesan. Sobre todo los que corrieron, grises y lentos, en tiempo de silencio. Como siempre, “el rey del Pasodoble y emperador del Tango” iba de paso. Esa misma tarde le esperaban en una aldea de La Valdavia para la fiesta de la virgen. Qué virgen no importa, qué aldea, tampoco. Baldomero amarró la Perla a una palmera en la Avenida de Asturias y colocó el morral en el hocico del animal con hierba fresca, algo de chicharro y una zanahoria hermosa. Como era de ley, entró en el Ibáñez a comer un pincho de tortilla posada y sin cebolla. Tomó luego un cortado con gotas vigilando la calle desde el bar, por si aparecían los guardias...