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El acordeonista

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      El tío Baldomero, hijo y nieto de Baldomeros, tiene por delante una gira delicada. Sentado en el escaño al calor de la cocina, con las cuentas sin cuadrar, desayuna un tazón de leche y pan migado. Será, esta vez sí, el último año, la despedida. Todo está preparado, el acordeón en su estuche, la muda en la bolsa, la mula impaciente mirando pa él desde la nogala. Bajar al valle y subir por el puerto a la meseta le da pereza. Ha pasado mucho desde que debutó acompañando a su padre en la inauguración del primer cine del concejo, construido por el marqués de Puntillos, dueño de las minas y patrocinador de los sindicatos católicos. Los más sabios de la cantina intentaron explicarle, entre chatos y cacahuetes, el invento de las fotografías animadas, un moderno mecanismo que estaba asombrando al mundo. El tío Baldomero se hizo un lío con la física y la química que, por lo visto, intervenían en la maravilla.     El coche de linea había traído ...

Amable, el solitario.

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     Los que estudian economía saben menos de números que la Etelvina. Eso le repetían a Baldomero, el mudo, cada vez que paraba a tomar un vaso en el Sonymay. Los del valle de Iguña estaban acostumbrados a verlo pasar todos los veranos montado en una mula gris, con el acordeón colgando. Unos decían que venía de la parte de Brañavieja, otros que si de Barruelo. Para mí que es cazurro, de Cistierna o por ahí, calculaba Lines fijándose en la lana del sayón. Había quien aseguraba que era asturiano por el olor del queso y el color de las cintas del animal. El caso es que recorría montes y praderías, de fiesta en fiesta, ganándose la vida de milagro, a golpe de pasodobles, tangos, o lo que se llevara. Etelvina llevaba las cuentas, había que pasar los inviernos con poco dinero, las pitas, los conejos y la huerta. Solo tenía una ley: si ganas cuatro, gasta uno. El Baldomero era muy mirao para las perras, sin llegar a tacaño. Contaban que la Et...