Amable, el solitario.
Los que estudian economía saben menos de números que la Etelvina. Eso le repetían a Baldomero, el mudo, cada vez que paraba a tomar un vaso en el Sonymay. Los del valle de Iguña estaban acostumbrados a verlo pasar todos los veranos montado en una mula gris, con el acordeón colgando. Unos decían que venía de la parte de Brañavieja, otros que si de Barruelo. Para mí que es cazurro, de Cistierna o por ahí, calculaba Lines fijándose en la lana del sayón. Había quien aseguraba que era asturiano por el olor del queso y el color de las cintas del animal. El caso es que recorría montes y praderías, de fiesta en fiesta, ganándose la vida de milagro, a golpe de pasodobles, tangos, o lo que se llevara. Etelvina llevaba las cuentas, había que pasar los inviernos con poco dinero, las pitas, los conejos y la huerta. Solo tenía una ley: si ganas cuatro, gasta uno. El Baldomero era muy mirao para las perras, sin llegar a tacaño. Contaban que la Etelvina le metí