Por la patria
Mataron a Ramón, el taxista, una noche de perros rabiosos, cuando quiso cobrar por adelantado una carrera de más de cien kilómetros. Sentado a su espalda dentro del vehículo Francisco Seco, diecinueve años, intentó estrangularlo con un pañuelo militar. Mientras forcejeaba, incapaz de vencer la resistencia de Ramón, cruzó su mirada con dos fotos pegadas en el salpicadero, un niño sonriente y una mujer en la playa. Desde el asiento del copiloto “el Murciano”, menor de edad, clavó una sucesión histérica de navajazos en el cuello de Ramón. Cuando sacaron el cuerpo ensangrentado del coche, el padre de Rodri, mi compañero de pupitre en la escuela, todavía respiraba. Para rematarlo le pasaron tres veces por encima con el taxi. Entre tropezones, barro y faltosadas, consiguieron meter el cadáver en el maletero. Sin carnet condujeron torpes, haciendo eses y pegando acelerones absurdos, por carreteras secundarias. Su destino; el solitario chalet del tío de F...